Un viaje vale más que mil palabras
(contarlas es opcional y también cansador)
Leve brisa que despeina cabelleras frágiles; lo que yo llamaría, con mi barbarismo a cuestas, como un "día venturoso". Camino por las calles conocidas hasta que un bocinazo me hace pensar en que las veredas son una mejor elección. Luego de varios tropiezos a los que pretendo llamar pasos, llego a la estación. Saco de mi bolsillo trasero un verdoso billete procurando que no parezca que me estoy rascando y lo deslizo suavemente sobre la chapa fría (al billete, no al bolsillo ni al trasero). A Constitución, balbuceo. ¡Que a Constitución!, repito al rato a fin de aclararle al boletero cuál es el destino que me depara.
No vi pasar el tiempo. Ya estoy arriba del tren buscando un asiento solo y a la derecha, como si las nubes caprichosas (y grises) dejaran entrar algo de luz solar del lado opuesto. Mientras escucho la melodía de un vendedor resignado pienso en ella...y en los dos pesos que me debe. Por la ventanilla nada interesante: poca gente con pocas ganas, colectivos, puestos de panchos, algún que otro típico insulto a los judíos escrito con aerosol y un Superman que pasa volando dejando en su estela violeta unas fluorescentes letras en el firmamento que dicen "pluma-pluma-gay", que minutos más tarde me doy cuenta que es producto de mi imaginación.
Otro viajante, este vende analgésicos, al parecer para calmar el dolor de cabeza que produce su vozarrón gastado. Uno más que ofrece lápices lo acompaña, se habrán percatado de que soy dibujante? Cinco lápice' por un peso, y un sánguche de regalo- sentencia y me saca la primera sonrisa no forzada de la tarde. En ese momento, y aprovechando mi distracción, me salpica un agua de procedencia desconocida que para no andar formulando hipótesis concluyo en que fue algún aficionado a los esputos que se cree muy gracioso. El transporte sigue avanzando, pasa en dirección contraria uno similar decorado con graffitis indescifrables. Ya van 5 comerciantes, los estoy contando.
Resulta raro que todavía no haya pasado el chancho con el chiquero que hay acá adentro; vasitos descartables, botellas de Goliat, bollos de papel encintados, migas, tergopores y finalmente mi mochila adornan el piso mugriento. La última vez que viajé en acá me despertaron para pedirme boleto, y hoy que me luzco lúcido nadie me pide nada ¿Quién los entiende?
Me gusta la de la segunda butaca de enfrente, pero que nadie se entere. Parece estar de siesta.
¡¿Cómo?¡¿Lápices de nuevo?¿Por qué me mira señor nevado?¿Cree que puedo comprarle?¿Con qué se piensa que estoy escribiendo? Alguien me toca la pierna, me preparo para darme vuelta violentamente y decir ¿Qué pretende usted de mi?, pero me detengo al ver una agendita con una etiquetetita en la que se puede leer 1ºº. El desgraciado no sólo interrumpió el sueño de la chica en que deposité mi atención, también le tocó la pierna, y lo que es más envidiable aún: lo hizo con una agenda de un peso.
Ya el 9º vendedor...Este más cultural (?) presenta libros aunque se sabe que lo que realmente lo moviliza es lo mismo que al resto: el vagón. Falta el infante de las estampitas todavía. La virgen desatanudos servirá para los nudos de garganta? Me va a costar mucho explicárselo, pero tengo que hacerlo. Es más, cuando vuelva se lo digo: Mamá, no me gusta la sopa. El tren se detiene frenando a la vez victoriosamente mi idiotez. Llegamos a Constitución.
Me bajo del ferrocarril dejando una aureola, lo único que me hace santo. Propuesto a perseguir las caderas bamboleantes camino mientras giro el lápiz en mi mano derecha, que posteriormente cambio a la izquierda para parecer más original. Por buscar el boleto pierdo de vista a la muchacha de las ancas. Desciendo de a dos escalones, como me es costumbre. Saco 2 viajes para el subte y puedo observar un cartelito que tiene impreso el mensaje Colabore con el cambio, por favor. Ahora entiendo por qué te robaban las monedas del vuelto. Después de cruzar varias personas muy diferentes, entre las que reconozco a Mukenyo y a Jaime Bayly, hago intentos exagerados de encontrar un asiento que me permita seguir con mi relato sin necesidad de contracciones.
Cambio de hoja. El tiempo pasó antes de que pudiera tomármelo. Me desprendo en Avenida de Mayo, conciente de que a esta altura debería hacerlo en Independencia. Casi tan conciente como de mi olor a humedad humana por lo que, una vez atravesado el pasillo y subido al metro, con intenciones de no molestar a la moza que pretendía arrimarme me pongo a estorbar con mi brazo levantado al señor del pijama. Dicho sujeto parecía muy concentrado, como si intentara tirarse un pedo sin ruido. En frente mío, y a unos pies, un niño con guardapolvo (al parecer denominado así por su increíble capacidad para acumular suciedad)dona el asiento a una señorita que se niega. Me sorprendo de la cantidad de escolares. Yo también parecería uno de ellos con esta mochila si no fuera porque mido 1,80 mts. Pero para mi la escuela...ya está por allá atrás. Es decir, como el culo.
Abro la puerta de madera y a pasitos ya se encuentra la escalera donde veo pasar y pisar al inspector Gadget. Será muy peligroso escribir mientras transito? Aunque me preocupa más las bellezas vivas que me pueda perder de admirar, que las vidas bellas que me pueda perder de vivir. En la caminata agarro una publicidad de un supermercado para mi colección de panfletos, no sea que me pase que un día necesite hacer un collage con embutidos y artículos de limpieza y me falte material.
Una vez frente al edificio toco el portero eléctrico a medida que saludo a la portera manual. Cuando atienden hago mi clásico discursillo casi tan bien expresado como el de ET: Hola, Santiago, subo. Ingreso por la entrada al no encontrar otra salida y me veo esperando el ascensor al costado de un hombre de camisa rosa del cual desconfío plenamente. Se baja en el tercero, un piso más adelante, o mejor dicho, más arriba, yo llego al mío (expresión egocéntrica y posesiva). Me miro en el espejo del "subibaja" para comprobar que efectivamente estoy hecho un asco. Y ya estoy allí. 4º D. El deber me espera y a mi me gusta hacerlo esperar.
Leve brisa que despeina cabelleras frágiles; lo que yo llamaría, con mi barbarismo a cuestas, como un "día venturoso". Camino por las calles conocidas hasta que un bocinazo me hace pensar en que las veredas son una mejor elección. Luego de varios tropiezos a los que pretendo llamar pasos, llego a la estación. Saco de mi bolsillo trasero un verdoso billete procurando que no parezca que me estoy rascando y lo deslizo suavemente sobre la chapa fría (al billete, no al bolsillo ni al trasero). A Constitución, balbuceo. ¡Que a Constitución!, repito al rato a fin de aclararle al boletero cuál es el destino que me depara.
No vi pasar el tiempo. Ya estoy arriba del tren buscando un asiento solo y a la derecha, como si las nubes caprichosas (y grises) dejaran entrar algo de luz solar del lado opuesto. Mientras escucho la melodía de un vendedor resignado pienso en ella...y en los dos pesos que me debe. Por la ventanilla nada interesante: poca gente con pocas ganas, colectivos, puestos de panchos, algún que otro típico insulto a los judíos escrito con aerosol y un Superman que pasa volando dejando en su estela violeta unas fluorescentes letras en el firmamento que dicen "pluma-pluma-gay", que minutos más tarde me doy cuenta que es producto de mi imaginación.
Otro viajante, este vende analgésicos, al parecer para calmar el dolor de cabeza que produce su vozarrón gastado. Uno más que ofrece lápices lo acompaña, se habrán percatado de que soy dibujante? Cinco lápice' por un peso, y un sánguche de regalo- sentencia y me saca la primera sonrisa no forzada de la tarde. En ese momento, y aprovechando mi distracción, me salpica un agua de procedencia desconocida que para no andar formulando hipótesis concluyo en que fue algún aficionado a los esputos que se cree muy gracioso. El transporte sigue avanzando, pasa en dirección contraria uno similar decorado con graffitis indescifrables. Ya van 5 comerciantes, los estoy contando.
Resulta raro que todavía no haya pasado el chancho con el chiquero que hay acá adentro; vasitos descartables, botellas de Goliat, bollos de papel encintados, migas, tergopores y finalmente mi mochila adornan el piso mugriento. La última vez que viajé en acá me despertaron para pedirme boleto, y hoy que me luzco lúcido nadie me pide nada ¿Quién los entiende?
Me gusta la de la segunda butaca de enfrente, pero que nadie se entere. Parece estar de siesta.
¡¿Cómo?¡¿Lápices de nuevo?¿Por qué me mira señor nevado?¿Cree que puedo comprarle?¿Con qué se piensa que estoy escribiendo? Alguien me toca la pierna, me preparo para darme vuelta violentamente y decir ¿Qué pretende usted de mi?, pero me detengo al ver una agendita con una etiquetetita en la que se puede leer 1ºº. El desgraciado no sólo interrumpió el sueño de la chica en que deposité mi atención, también le tocó la pierna, y lo que es más envidiable aún: lo hizo con una agenda de un peso.
Ya el 9º vendedor...Este más cultural (?) presenta libros aunque se sabe que lo que realmente lo moviliza es lo mismo que al resto: el vagón. Falta el infante de las estampitas todavía. La virgen desatanudos servirá para los nudos de garganta? Me va a costar mucho explicárselo, pero tengo que hacerlo. Es más, cuando vuelva se lo digo: Mamá, no me gusta la sopa. El tren se detiene frenando a la vez victoriosamente mi idiotez. Llegamos a Constitución.
Me bajo del ferrocarril dejando una aureola, lo único que me hace santo. Propuesto a perseguir las caderas bamboleantes camino mientras giro el lápiz en mi mano derecha, que posteriormente cambio a la izquierda para parecer más original. Por buscar el boleto pierdo de vista a la muchacha de las ancas. Desciendo de a dos escalones, como me es costumbre. Saco 2 viajes para el subte y puedo observar un cartelito que tiene impreso el mensaje Colabore con el cambio, por favor. Ahora entiendo por qué te robaban las monedas del vuelto. Después de cruzar varias personas muy diferentes, entre las que reconozco a Mukenyo y a Jaime Bayly, hago intentos exagerados de encontrar un asiento que me permita seguir con mi relato sin necesidad de contracciones.
Cambio de hoja. El tiempo pasó antes de que pudiera tomármelo. Me desprendo en Avenida de Mayo, conciente de que a esta altura debería hacerlo en Independencia. Casi tan conciente como de mi olor a humedad humana por lo que, una vez atravesado el pasillo y subido al metro, con intenciones de no molestar a la moza que pretendía arrimarme me pongo a estorbar con mi brazo levantado al señor del pijama. Dicho sujeto parecía muy concentrado, como si intentara tirarse un pedo sin ruido. En frente mío, y a unos pies, un niño con guardapolvo (al parecer denominado así por su increíble capacidad para acumular suciedad)dona el asiento a una señorita que se niega. Me sorprendo de la cantidad de escolares. Yo también parecería uno de ellos con esta mochila si no fuera porque mido 1,80 mts. Pero para mi la escuela...ya está por allá atrás. Es decir, como el culo.
Abro la puerta de madera y a pasitos ya se encuentra la escalera donde veo pasar y pisar al inspector Gadget. Será muy peligroso escribir mientras transito? Aunque me preocupa más las bellezas vivas que me pueda perder de admirar, que las vidas bellas que me pueda perder de vivir. En la caminata agarro una publicidad de un supermercado para mi colección de panfletos, no sea que me pase que un día necesite hacer un collage con embutidos y artículos de limpieza y me falte material.
Una vez frente al edificio toco el portero eléctrico a medida que saludo a la portera manual. Cuando atienden hago mi clásico discursillo casi tan bien expresado como el de ET: Hola, Santiago, subo. Ingreso por la entrada al no encontrar otra salida y me veo esperando el ascensor al costado de un hombre de camisa rosa del cual desconfío plenamente. Se baja en el tercero, un piso más adelante, o mejor dicho, más arriba, yo llego al mío (expresión egocéntrica y posesiva). Me miro en el espejo del "subibaja" para comprobar que efectivamente estoy hecho un asco. Y ya estoy allí. 4º D. El deber me espera y a mi me gusta hacerlo esperar.
Mi profesor de Guión me decia q se puede hacer una pelicula de cualkier cosa, hasta de un vieje en colectivo.
En este caso en un tren, pero haces justicia a lo q decia mi profe
Sí, aunque en mi caso no sería hacer una película DE cualquier cosa, sino hacer una película QUE ES cualquier cosa.
Más allá de eso, te agradezco infinitamente (o al menos unas miles de veces)por decir que le hice justicia a algo. Siempre quise ponerme este título:
Santo el Justiciero
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